Cuando se interroga por el porvenir de la educación, resulta
problemático en estos tiempos de incertidumbre, por decir lo menos,
obtener cualquier respuesta que pueda tranquilizarnos. La escuela, el
maestro, el saber, la infancia y el sistema educativo en general han
alcanzado un alto grado de complejidad imposible de desagregar u
organizar de forma completa.
Es cierto que la educación es un campo amplio de objetos,
saberes e instituciones que está atravesado por políticas, relaciones,
significaciones históricas y reformas que intentan afectar su naturaleza,
función social y estructura. De igual forma, resulta evidente que cada uno de nosotros vive la encrucijada de esta experiencia generalizada que
parece estar en crisis2 y, sin embargo, no hay en principio, novedad
alguna en tal crisis.
Nuestra época es particularmente poliédrica en relaciones y
juegos de poder, circunstancia que acrecienta la utilidad de aquellos
análisis capaces de captar lo divergente, ponderar la ambigüedad y
enfrentar lo inconmensurable. En todo caso no hay en este trabajo
pretensiones de futurología o de descripción proyectiva de un paisaje
esclarecido o por hacerse transparente. El propósito del ensayo es más
específico, intenta hacer un diagnóstico3, elaborar un estado de la
cuestión acerca de lo que pasa con la educación en América Latina y dar
pistas mostrativas de un horizonte complejo en el que es recomendable
insinuar riesgos y advertir algunos caminos por venir.
Lograr esta comprensión exige la elaboración de un dispositivo
de análisis que dé cuenta de la amplitud de planos en los que se ubicaría
la cuestión de la educación en Latinoamérica. Si bien las políticas
generales podrían desempeñar un papel importante en el desarrollo de
la educación al interior de nuestras naciones, es preciso reexaminar la
consistencia de los mismos arreglos en escalas particulares y globales.
Uno de los caminos de aproximación para poder entender la complejidad
de lo que se quiere diagnosticar y su alto grado de diferenciación, es optar
por un análisis que supere la contradicción o la mirada unívoca, y
dotarnos para su estudio de una matriz de relaciones que parta de
reconocer las ambivalencias, es decir, diversos cruces de fuerza en que
se reconocen tensiones más que contradicciones, afirmaciones más
que identidades.
Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de
encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es
un «interior» en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales, etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, la
industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que
estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo.
Solo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta
la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta.
Son las sociedades de control que están reemplazando a las
sociedades disciplinarias (Deleuze, 1996, p. 248).
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